Consumo de riesgo: ¿la botella o la vida?


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Dos o tres veces por semana, invariablemente, el hombre llega hasta el separador de la calzada y coloca un ramo de flores en el lugar donde falleció su hijo. Han transcurrido varios años, pero su dolor no mengua. Lleva mucho tiempo imaginando lo diferente que sería todo hoy si el muchacho hubiera escuchado los consejos de los amigos que le advirtieron que no se encontraba en condiciones para conducir la moto esa fatal madrugada.

¿Será acaso que ignoró alguna señal de alarma en el comportamiento de su hijo?, se pregunta con frecuencia, para luego convencerse de que no. Y es que su hijo no era un alcohólico, simplemente esa noche bebió más de la cuenta.

Situaciones dolorosas como esta se encuentran desperdigadas a nuestro alrededor, formando parte de la cotidianidad y quizá las hemos escuchado o vivido de cerca. Tal vez alguna vez conocimos a un adolescente que perdió a su padre en un accidente tras conducir en estado de embriaguez, o a un muchacho que quedó parapléjico en circunstancias similares. Fatales o no, todas esas historias tienen algo en común: el consumo de alcohol.

«La mayor cantidad de muertes por accidentes de tránsito en los que está involucrado el alcohol (1 de cada 3 según estadísticas del 2014) fueron provocados por personas no alcohólicas que tuvieron un consumo de riesgo, se embriagaran o no. Manejar bajo los efectos neurofisiológicos de la bebida les impide reaccionar a tiempo», nos explica la psicóloga María Esther Ortiz Quesada, consejera de adicciones quien escribe y conduce el programa de televisión “En Línea Directa”.

«Se le denomina consumo de riesgo al que ocurre cuando la ingestión de alcohol se realiza de manera excesiva, o a la par de un tratamiento farmacológico, o cuando la persona tiene que conducir un vehículo, entre otras situaciones posibles», explica.

Muchas veces, cuando se abordan las consecuencias del consumo de alcohol,  se enfatiza en la que se considera más extrema: el alcoholismo. Sin embargo, resulta muy importante que las personas comprendan que para convertirse en alcohólico se requiere de cierto lapso de tiempo, en cambio el consumo de riesgo puede ocurrir una sola vez y tener consecuencias nefastas.

¿Tomar o no tomar? He ahí el dilema

Amaury Valdivia, un camagüeyano de 31 años, se define como un bebedor de circunstancias sociales. Afirma que casi siempre prefiere el ron, dado los altos precios de la cerveza y el vino de calidad.

«Si fuera posible, me tomaría una o dos cervezas al día. Pero la realidad es que no creo que pase de una o dos botellas de ron al  año y tal vez 30 de cerveza. Tomo casi siempre en contextos sociales y casi nunca hasta emborracharme porque no me gusta, tengo un tío alcohólico y se lo que es un papelazo de esos», nos cuenta.

En cambio, Mario Damián González, de 28 años y residente en Bayamo, esgrime con orgullo que su relación con el la bebida es casi nula. «No tomo ni siquiera en fiestas. A veces algo de vino, pero fuera de eso no me gusta el alcohol. Soy de la opinión de que no hace falta divertirse».

Y es que en Cuba pareciera que existe el errado concepto en buena parte de la población de que las actividades recreativas no están completas si no se encuentran rociadas con alcohol. Para afianzar más la idea, en cualquier cafetería común, aunque escaseen las opciones comestibles, no sucede igual con las ofertas de estas bebidas. «Y a pesar de que en muchas se exhibe un cartel donde se advierte que no se expenderán dichos productos a menores de 18 años, quédate un ratico a ver si esa restricción se cumple», comenta la psicóloga María Esther Ortiz.

La psicóloga María Esther Ortiz Quesada, consejera de adicciones.
La psicóloga María Esther Ortiz Quesada, consejera de adicciones.

«Ciertamente la ingestión irresponsable de alcohol ha aumentado, pero el verdadero problema resulta la tolerancia generalizada de la población y las instituciones al consumo de dichas bebidas y a los comportamientos bajo sus efectos. Se habla incluso de retrasar el comienzo como si fuera un paso en la vida que hay que completar, una meta por alcanzar. Para la gente es muy difícil aceptar que no hay razones para iniciarse», señala.

Y tiene razón. Por desgracia nuestra sociedad tolera y acepta como normales las conductas relacionadas con el consumo excesivo de alcohol. ¿Cuántos no se encuentran al vecino dando trompicones por la escalera, intoxicado, y, con apenas una mueca de desprecio, voltean la vista a otro lado? Muchas veces, salvo que les toque de cerca y el vecino alcohólico la emprenda a patadas contra su puerta, nadie se preocupa verdaderamente por el problema.

Evidentemente, no todos los que consumen alcohol corren el riesgo de convertirse en alcohólicos, pero el consumidor se coloca en el preámbulo para serlo desde el mismo comienzo. «Quizás nunca transite hacia esa fase final, pero puede que lo vaya siendo por pequeños tramos, y es muy difícil darse cuenta de que se está avanzando en ese sentido, es ahí donde se pierde el control.

«Muchos se escudan diciendo “no soy alcohólico”, sin embargo son  consumidores de riesgo, problemáticos. Tienen más dificultades legales, accidentes y conflictos en sus relaciones interpersonales».

Ser joven ¿un riesgo extra?

Al decir de la especialista, existen mayores riesgos para los jóvenes, pues hasta los 25 años se encuentran en una etapa importante de la vida, afianzando su educación y formación profesional. «Además, durante la adolescencia se producen numerosos cambios hormonales, el cerebro comienza a asumir funciones más complejas y el alcohol está reñido con los procesos intelectuales. Quien atraviesa su adolescencia en compañía del alcohol la pasa peor en el futuro.

«Por otro lado, una dosis de alcohol tiene diferente efecto en hombres y mujeres, pues estas últimas lo procesan metabólicamente con mayor lentitud, y por ende lo toleran menos».

Pueden existir muchas situaciones que faciliten el acercamiento de las personas al consumo de alcohol, pero generalmente está asociado a la baja percepción de riesgo, la imitación. «No creo que se trate de presión grupal como algunos expresan, sino de contagio. Cuando se está en un ambiente en el que se toma, es como si la conciencia particular y el pensamiento propio se diluyera en el grupo. Algo que ocurre en adultos también, no solo entre adolescentes y jóvenes».

Una vez esclavizado por la bebida, todo se complica para el joven. Al menos el adulto alcohólico tiene la posibilidad de mirar atrás, a la época en que no tenía el problema, y proponerse volver a ser respetado por sus semejantes. Los jóvenes que comenzaron a beber prematuramente carecen de dicho referente, no tuvieron siquiera la oportunidad de sentirse admirados. Al contrario, han sufrido la crítica y el desprecio de familiares, amigos y sociedad en general.

« ¿Sobre qué bases puedo entonces trabajar? Es la pregunta que me hago cada vez que me llega a la consulta un caso así, porque en tales condiciones no hay nada que rehabilitar, sino que debo comenzar por habilitar funciones sociales y familiares como la responsabilidad en alguien que ni sabe lo qué es eso», expresa con preocupación la especialista.

La ley sin orden

Otra gran dificultad es el poco respaldo legal y logístico existente para controlar el fenómeno, nos cuenta la psicóloga María Esther Ortiz. «Por ejemplo, una persona viene y me cuenta que tiene un familiar alcohólico, que está consumiendo desmedidamente y hace días no se baña, prácticamente no come, está muy mal…y tengo que preguntarle “¿Quiere venir?”. Si la respuesta es no, entonces no hay nada que hacer, pues en contra de su voluntad no se puede ni siquiera ingresar.

«Otros me explican “incluso lanzó el televisor por el balcón”…pero la verdad es que, salvo que algún vecino haga la denuncia por desorden público, no se puede intervenir». Si existieran leyes que obligaran el tratamiento del alcohólico, o al menos la contención, sería diferente, asegura. «Aunque el código penal expresa algo similar como medida alternativa, he recibido en la consulta muy poca gente así».

Es usual que a aquellos que lograron finalmente alejarse de la bebida, se les recomiende no volver a tomar ni siquiera un poco, pues queda en ellos una predisposición. «Por eso resulta muy elevada la tasa de reincidencia, pues lo que queda grabado en la mente no son las consecuencias negativas del consumo de alcohol sino los primeros efectos, aquellos que resultaron agradables.

«Se ven casos de personas que pasan 15 años sin consumir y un día creen que llevan tiempo suficiente y pueden intentarlo de nuevo. Tal vez las primeras veces no ocurra nada, pero en esa relación ya se estableció un antecedente en la cual la sustancia controla al individuo y no a la inversa. Luego el proceso de retroceso es muy rápido y devastador», concluye.

Beber, pero con responsabilidad

Daylín Morciego tiene 30 años y vive en Matanzas. También se autodefine como bebedora social «o sea, en alguna fiesta, o cuando me reúno con algunos amigos, quizá un día saliendo del trabajo me tomo un par de cervezas, otras veces en casa, el fin de semana, algún traguito con la familia… pero por lo general es poco. No me emborracho porque sé que después de la cuarta cerveza me mareo, así que ahí, paro».

A veces, ha tenido que asumir el papel de regañona: «cuando salgo con mis hermanos, soy matraquillosa con ellos, porque andan en moto, y no los dejos beber mucho. Igual sucede si en el grupo con que salí hay alguien que tenga que manejar después».

En ese sentido explica la consejera de adicciones que hay que tener en cuenta siempre «qué cantidades y en qué circunstancias se va a beber. De igual modo, hay que determinar en compañía de quien se hará, porque se supone que en un grupo debe de haber alguien al que los demás respeten y escuchen, que se mantendrá en alerta, una especie de vigía para mantener el control y determinar el momento en que uno de sus integrantes debe dejar de tomar. Ese debe ser el acuerdo pues de lo contrario no se trata de un grupo de amigos sino de un grupo de irresponsables», sentencia.

La responsabilidad y moderación, entonces, vienen a ser las claves para quienes desean mantener una relación sana y estable con el alcohol. Pero, más allá de la necesaria madurez en la toma de tales decisiones, valdría la pena meditar también si es realmente necesario el alcohol para darle vida a la fiesta y analizar críticamente nuestra tolerancia social al consumo abusivo y sus consecuencias. ¿Qué opinas tú al respecto?

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