Hoy estoy catártica…
Por las calles de La Habana donde quiera hallo anuncios del floreciente comercio por cuenta propia. No faltan negocios que se comprometen a desbloquearme el celular e instalarle diez mil aplicaciones (guía de ETECSA incluida), más adelante un amable gastronómico de uniforme, menú en mano, me insta a sentarme y disfrutar de la mejor cena de mi vida, luego alguien me ofrece un volante publicitario donde me anuncian que pueden dejarme el pelo keratinizado y liso cual si una vaca me hubiera acicalado con la lengua, o depilarme con cera, o brindarme un relajante masaje…yo miro y sigo. Nada de eso es para mí, me recuerdo.
Me pregunto más tarde para quién rayos serán todas estas cosas que considero lujos, que quién tiene dinero para tan altos precios…Y alguien me abre los ojos y me explica que la que no tiene dinero soy yo, que el país ha cambiado, y razono que es cierto, que cualquier chofer de almendrón puede disfrutar de lo que esta humilde universitaria considera lujos. Y descubro con tristeza que muchas cosas «no me tocan» por lo prohibitivos de sus precios.
Me da entonces por mentarle la madre a mi puñetero salario de 485 pesos, que parece estarse encogiendo a medida que los precios continúan en alza indetenible, y el ajo se aleja riéndose en mi cara. Y me pregunto que hasta cuándo va a ser esto, y casi valoro la posibilidad de cambiar de profesión cuando descubro que la que limpia el piso en el hospital gana el doble, y me deprimo cuando necesito comprarle un par de chancletas a mi hijo pero no encuentro ninguna que no termine por llevarse casi la mitad de lo que me pagó la cajera del periódico a inicios del mes, y me pregunto por enésima vez si algún día, entre los aumentos salariales, se acordarán de los periodistas, que casi trabajamos «por amor al arte» .