Burocracia: la piedra en el zapato

Con frecuencia vivimos, en piel propia o la de alguien conocido, las inenarrables carreras que deben darse detrás de un trámite, de un cuño o una firma del funcionario tal o mas cual.

Recuerdo entonces las tantas ventanillas a que acudieron, en un sube y baja de escaleras casi infinito, los personajes galos Asterix y Obelix en cierta película infantil que se burla de situaciones semejantes asumiendo estos papeleos como una tarea irrealizable, capaz de dejar sin nervios al más atemperado mortal.

Quienes se lo toman con humor le llaman burrocracia, pero no todos somos capaces de reírnos de esos conflictos cotidianos en que otra persona se empecina en hacernos la vida más difícil. Sin embargo, la burocracia va más allá de los servicios a la población; nos daña más, en realidad, la que ocurre puertas adentro en empresas y entidades estatales.

Mucho se ha hablado de acabar con los excesos de esta práctica, de hecho pronto se cumplirá medio siglo desde que el Che analizara el problema en su escrito Contra el burocratismo, en febrero de 1963. Y si lo retomamos a la altura de las nuevas circunstancias, comprobaremos la vigencia de los argumentos esgrimidos por este preclaro hombre.

Entre las principales razones expuestas para la existencia del burocratismo en Cuba, señala la falta de motor interno, es decir, la ausencia de interés del individuo por rendir un servicio al Estado y por superar una situación dada. En el transfondo, pudiera deberse a falta de conciencia revolucionaria o al conformismo.

La desorganización repercute asimismo, partiendo de la inexperiencia administrativa que frena el flujo de la información a las bases, sumada a indicaciones mal vertidas o interpretadas que contribuyen a la distorsión de órdenes emanadas de los aparatos centrales.

Resalta como la tercera, “la carencia de conocimientos técnicos suficientemente desarrollados como para poder tomar decisiones justas y en poco tiempo”, madre biológica del reunionismo, proceso en que mucho se discute y nada se soluciona, permitiendo la vigencia del problema hasta que se remedie por sí solo o una resolución cualquiera, aunque no sea la idónea, termine por zanjar el asunto.

¿Les suena familiar algo de lo antes mencionado? Los organismos y entidades afectados por alguno de estos males (en el peor de los casos por todos ellos a la vez) terminan resultando los mismos que frenan los papeles y se convierten en indecisos actores de una sociedad que lucha por su desarrollo.

Conociendo las causas y efectos es posible analizar las posibilidades de corregir el mal, planteó el Che. Modificar estilos de trabajo, jerarquizar los problemas y adjudicar responsabilidades a quienes correspondan, liquidar la falta de motivación interna y de claridad política, realizar con efectividad los controles, elevar los conocimientos de quienes deben tomar las decisiones y exigir acción estableciendo límites de tiempo a los funcionarios para el cumplimiento de las instrucciones emanadas de los organismos centrales, son algunas de las vías posibles para eliminar del zapato la incómoda piedra que nos dificulta el avance.

A eso nos llamaba el Che cuando concluyó “Todos debemos trabajar para cumplir esta consigna apremiante del momento: Guerra al burocratismo. Agilización del aparato estatal. Producción sin trabas y responsabilidad por la producción.”