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Yo voté por Cuba


En mi colegio electoral custodian las urnas dos vecinitas mías junto a la bandera más bella que existe, como dijera el poeta Bonifacio Byrne.
En mi colegio electoral custodian las urnas dos vecinitas mías junto a la bandera más bella que existe, como dijera el poeta Bonifacio Byrne.

Hoy domingo 3 de febrero me levanté bien temprano para estar entre las primeras en ejercer mi derecho al voto en las Elecciones Generales. Desde las 7am ya los colegios están  abiertos, y no cerrarán hasta las 6pm. Fui con mi pequeño Alejandrito, para que pudiera conocer el proceso de cerca, aunque aún es demasiado pequeño para entender todo lo relacionado con el mismo.

Como ciudadana cubana  mayor de 16 años, puedo participar de los sufragios porque así lo establece la ley 76 Ley Electoral, la cual determina además excepciones de este derecho para los incapacitados mentales previa declaración legal que así lo consigne y los inhabilitados judicialmente por estar sometidos al cumplimiento de sanciones penales. En esa situación (de incapacidad mental) tengo en mi barrio a Mimi, una señora ya mayor que padece de demencia senil desde hace muchos años.

En esta ocasión, luego de mostrar mi carné de identidad para quedar registrada en el listado, me entregaron dos boletas, una verde para elegir a los diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular y otra blanca para votar por los delegados a la Asamblea Provincial del Poder Popular. A los candidatos ya los conocía desde hace tiempo, gracias a las biografías que permanecieron expuestas durante varias semanas en lugares concurridos (en mi caso, la bodega, donde cada día compro el pan, la leche y demás).

Conozco personalmente a la mayoría de las personas por las cuales voté. Me brindó particular alegría ver en la boleta nombres familiares como el de Frank Marcos, joven profesor de la Universidad de Matanzas con quien trabajé un par de años. También en la boleta estaba Rubén Darío Salazar, hombre culto y además talentoso artista que hace las delicias de los pequeños con su Teatro de las Estaciones, donde se proyectan obras de títeres a las cuales he llevado a Alejandrito algún que otro domingo.

Estaba también en mi boleta el nombre de un reconocido líder religioso de mi provincia, una trabajadora de la Central Termoneléctrica Antonio Guiteras, el ministro de la construcción, la directora de Finanzas y Precios de Matanzas, entre otros. Todos ellos personas comunes, porque en Cuba no existe la clase política, no se hacen multimillonarias campañas electorales ni se devenga ningún salario por ocupar un puesto en el Parlamento o las Asambleas municipales y provinciales.

El Partido Comunista de Cuba no postula candidatos, pues las nominaciones corren a cargo de los ciudadanos y las organizaciones estudiantiles y de masas. Es el pueblo quien elige a los que habrán de representarlo en las máximas instancias de dirección del país, con derecho total a revocarlos si no cumplen adecuadamente con su gestión.

El sufragio es libre, de modo que tenía la opción de favorecer con mi voto a uno, varios o todos los candidatos, según lo estimase. Y aunque es secreto, no me importa decir aquí que yo preferí poner mi X en el círculo de cada boleta, pues todos los candidatos me parecen dignos de representarme en las respectivas Asambleas.

Luego de colocar mis boletas en sus correspondientes urnas, regresé a casa. Sin embargo, en los mil 712 colegios existentes en la provincia permanecen cerca de 13 mil 306 personas como autoridades electorales y 8 mil 560 pioneros, junto al personal administrativo y de las comunicaciones que aseguran el correcto desarrollo del proceso electoral.

Alejandrito aún no es pionero, así que no pudo custodiar las urnas en esta ocasión, pero en las próximas elecciones con seguridad podrá participar, y será tan feliz como lo fui yo de niña al hacerlo.