El tatuaje ¿cubano? ¿arte? ¿moda?


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Mi padre, hombre de la época en que le tocó nacer, un «guajiro bruto» como se autodefinía en ocasiones, solía decirme que los tatuajes eran cosa «de presidiarios y prostitutas». Yo asentía en silencio, por no llevarle la contraria, pero por dentro acariciaba la idea de tener sobre mi dermis algún diseño con el cual me identificara. Y es que, desde mi perspectiva, aquello es más bien una cuestión de gustos estéticos. Si nunca pude elegir portar en la frente o las rodillas las cicatrices de aquellas caídas de la infancia, ¿por qué no podía decidir llevar una huella que me resultase atractiva? ¿Qué diferenciaba tal decisión de aquella que tomaron mis padres cuando, apenas recién nacida, me perforaron los lóbulos de las orejas y me colgaron los aretes de oro?

Al final, me hice el tatuaje. Un delfín me acompaña desde hace ya más de una década y jamás me he arrepentido de tal decisión. Claro, yo no he sido la única atrevida: en la actualidad pululan por las calles cientos de jóvenes que, como yo, violaron el altar de su piel y enfrentaron los prejuicios y tabúes de una sociedad que, poco a poco, ha ido asimilando los tatuajes y borrando el velo de marginalidad con que signó a sus portadores. Seguir leyendo El tatuaje ¿cubano? ¿arte? ¿moda?