La especial felicitación para mi papá ausente


Este post lo escribí hace dos años, en mi blog anterior. Lo traigo hoy de manera especial para Mercedes, ella sabe la razón…

Faltan apenas horas para celebrar el día de los padres y mientras me dirigía hoy al trabajo, escuchaba en la radio del auto un programa radial que versaba sobre la paternidad e invitaba a llamar por teléfono para hablar de las experiencias personales. Yo definitivamente jamás llamaré a la radio para hablar de mi vida, pero puedo escribir este post y decir lo que siento.

Hace muchos años que dejé de celebrar con regalos y fiestas la fecha dedicada a la figura paterna, 7 excactamente, desde que mi padre falleció. No voy a escribir sobre su muerte, ni de lo desconsolada que me sentí, ni de esos detalles tan íntimos que a nadie interesan. Prefiero escribir sobre cómo marcó mi vida su presencia, para siempre.

Mi papá no era perfecto, tenía miles de defectos, como cualquier ser humano. Pero para mi era insuperable, pues me amaba por encima de todo, se sacrificó por mi infinidad de veces y me dio lo mejor de si mismo durante todos los años que estuvo a mi lado. Podría contar muchas anécdotas de mi infancia y mi adolescencia, unas graciosas, tristes las otras, para meditar algunas…hoy solo traigo unas pocas.

Papi me enseñó muchas cosas de la vida: siempre me predijo que “iba a pasar mucho trabajo” por mi mala costumbre de no querer comer vegetales, ni harina de maíz, ni pescados, ni mariscos, en buena parte le he tenido que dar la razón, pues eso me ha privado de almuerzo o comida cuando estoy de visita en casa de amistades, o por cuestiones de trabajo.

También me decía que “iba a espantar a los hombres” con mi maña de dejar las cosas regadas por toda la casa y, según sus palabras, si no aprendía a ser ordenada estaría condenada a ser solterona hasta el fin de mis días. Bueno, ahí creo que no tuvo exactamente razón, pero si me ha generado conflictos en mi adultez.

Recuerdo sus noches de desvelo junto a mi cama cuando me enfermaba, cualquier fiebre ligera le nublaba la frente de arrugas… y entonces con canciones , acostado a mi lado, intentaba distraerme de mi dolor, que a pesar de sus inmensos deseos no podía sentir él en mi lugar. Lo recuerdo también cuando con dulzura me llevaba en brazos hasta mi cama, siempre que me dormía abrazada a él; él pensaba que yo no me daba cuenta, pero en mi medio sueño lo sentía levantarme, amoroso y besarme al depositarme en mi lecho.

Me educó, con su ejemplo, en el amor al estudio. Nunca estuve muy convencida de que realmente hubiera repetido el primer grado de la primaria por no querer estudiar, como tantas veces me aseguró. Pero al menos surtió el efecto deseado, porque me propuse no perder jamás un curso escolar, estudiar como se debía y vencer, año tras año, sin perder ninguno.

También me alertó contra la mediocridad y otra vez su vida la mostró como ejemplo. Me contaba de cierto profesor que ante la alegría de mi adolescente padre por haber sacado 70 puntos en un examen (donde la máxima puntuación era 100) le frenó de golpe la alegría con estas palabras que él jamás olvidó: “si, es cierto que usted aprobó el examen, pero sus notas demuestran que solo tiene adquirida una porción del conocimiento y aún le queda un 30% del mismo por asimilar, usted solo sabe poco más de la mitad y eso es ser mediocre.”

Así fue que, con tenacidad y empeño mi padre se propuso no ser jamás un mediocre, y se pegó con más fuerza a los estudios, y asi fue que aquel muchachito estudió en la Universidad y se hizo luego ingeniero mecánico, para orgullo de su familia. Yo, para no ser menos, me empeñé del mismo modo en no conformarme con notas de “aprobado” y traté siempre de sacar la mejor nota que mis capacidades me permitieran. Creo que no lo defraudé, y aunque murió cuando apenas yo cursaba mi segundo año de la licenciatura en Periodismo, se que se sentía muy orgulloso. Su presencia me hizo mucha falta cuando recibí mi diploma, sin él sentí que le faltaba sal a ese momento.

Con inteligencia me guió hacia los libros e incentivó mi pasión por la lectura. Lo recuerdo hablándome de su favorito “Los miserables” de Victor Hugo, todavía cierro los ojos y puedo rememorar el modo en que brillaban los suyos al hablarme de la genialidad del autor, de su magnífica capacidad para desarrollar la descripción…él jamás olvidaba la escena de la persecución de Jean Valjean a través del alcantarillado de París. Y en buena medida por su causa (no puedo quitarle méritos al resto de mi familia, aficionados todos a la lectura) me convertí en polilla, devorando todo libro que cayera en mis manos.

Mi papá era un poco bruto para reconocer sus errores, eso siempre le costaba trabajo al menos conmigo, jamás se atrevía a decirme que se había equivocado…recuerdo una tonta discusión cuando apenas era una niña porque no me quiso felicitar el día de mi cumpleaños pues el insistía en que no era ese día sino el siguiente.

Y no es que fuera un padre olvidadizo que no sabía mi onomástico, sino que tuve la suerte, o la mala suerte, de nacer un día contradictorio como el 29 de febrero, un año bisiesto. Ello ha generado abundantes anécdotas en mi vida, y todos siempre me preguntan qué día deberán felicitarme durante los años en que ese día no existe. Desde pequeña lo he celebrado siempre el 28, pues mi nacimiento solo se distanció de ese día por apenas 50 minutos.

Sin embargo ese año mi papá, cabeciduro como siempre, decidió que me felicitaría el primer día de marzo. Aquello me ocasionó gran disgusto y hasta algunas lágrimas sentimentales, pero él llevó aquella tortura hasta el final…por fortuna el día primero, en un sobrecito, me esperaba una carta de disculpa, la única que le recuerdo. Lo perdoné. Pero aprendí a disculparme también y a reconocer cuando me equivoco (aunque me sigue costando el mismo trabajo que le costaba a él, que conste).

Le encantaban los niños, todos los niños. Su seriedad se transformaba cuando tenía uno cerca. Quizás el no haber tenido hijos propios le hacía ser más receptivo y paciente ante las maldades y travesuras de los pequeños del barrio, cosas de la vida. Si, porque debe saberse también que mi papá, no era mi papá cuando nací, y llegó solo un año después de ese evento.

Pero, aunque no llevo sus genes, llevo con orgullo su apellido. Aunque no me dio la vida, me preparó para ella, me educó y me dio todo su amor de padre no favorecido por la paternidad biológica. Tuvo también la suerte de ser correspondido con el amor devoto de una hija que descubrió el mundo a través de sus ojos.

Siempre me dijo que, a su muerte, no llevara flores al cementerio y que el amor se lo demostrara en vida, cuando aún podía disfrutarlo. Cumplí entonces y sigo cumpliendo. Nunca he llevado flores al sitio donde descansa, tampoco me martirizo visitándole para llorar frente a su losa. Prefiero llevar en mi corazón su recuerdo, sus enseñanzas y conversar con él, aunque no pueda verlo, pues la verdad es que nunca me he sentido sola. Por eso este domingo, cuando abra los ojos, mis primeras palabras también serán “FELICIDADES, PAPI”

3 comentarios en “La especial felicitación para mi papá ausente”

  1. He leido tu escrito varias veces y no se que comentar.

    Asi que solo voy a decir «presente».

    Creo que con tan lindo homenaje a tu papa nos podemos indentificar muchos de tus lectores.

    Saludos.

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  2. No me deja apretar el bontón de Me Gusta, mi conexion es un asco, está muy lenta, pero quiero q sepas q me he leido tu post hasta el final, yo con los ojos húmedos y lloviendo… Q manera d emcionarme Rous!!!!!!!! Besito

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