Cómo llegué al Periodismo, el mejor oficio del mundo…


Llegué al Periodismo casi de casualidad. Las pruebas de aptitud para optar por la carrera tenían fama de ser de las más complejas existentes, y las plazas que se ofertaban para mi provincia eran siempre muy pocas, menos de cinco al año.

Creí que no tendría oportunidad frente a más de 80 rivales de mi escuela y otros preuniversitarios, quienes habían estado estudiando con ahínco los nombres de cuanto pintor, escritor, músico, intelectual, obra de arte, hecho histórico, lugar geográfico, noticia reciente (o cualquier otro dato), pudiera aparecer en el examen de cultura general, primera fase de la prueba de aptitud que se realizaría en la Universidad de Matanzas ese sábado.

Sin muchas esperanzas (solía ser un poco pesimista en mi adolescencia) salí aquella mañana a enfrentarme a la prueba. Iba tranquila pues ya tenía aprobada la de la carrera de Derecho, opción mucho más fácil de alcanzar. Así, esta la haría solo para medir mis conocimientos, no para definir mi profesión futura.

Llamé a mi mamá por teléfono y le dije que me esperara para almorzar, pues seguramente desaprobaría y regresaría a casa temprano, pero todo salió al revés de lo esperado.

La prueba de cultura general, si bien resultó compleja y no logré dar todas las respuestas, terminé por aprobarla contra todos mis pronósticos. Fue un momento duro, pues vi llorar a muchas de mis amigas, las mismas que habían estudiado hasta altas horas de la noche mientras yo me iba a dormir temprano.  Una de ellas me miró con cierto reproche y dijo «no es justo»…creo que tenía razón.

La segunda prueba fue más sencilla: interpretación,  análisis y redacción de textos…algo con lo que siempre me sentí bastante cómoda. El estrés ya me había provocado un fuertísimo dolor de cabeza, pero como decimos en buen cubano «ya estaba montada arriba del burro, solo había que seguir dándole palos para que caminara».

La entrevista oral, última prueba, fue todo un paseo. Al concluir la jornada las tropas habían sido literalmente diezmadas, solo quedábamos 10 personas aprobadas, las únicas con derecho a disputarnos las 4 plazas que se ofertarían ese año. Esa noche me nació la esperanza de que era posible, quizás sí tenía una oportunidad para obtener la carrera que, en mi pesimismo, creía más allá de mis posibilidades.

Me tocó entonces estudiar mucho más para las pruebas de ingreso a la Educación Superior, tenía que sacar las mejores notas para que mi escalafón fuera lo suficientemente alto para superar a la competencia…fueron meses intensos, mucho té negro con limón mientras leía mil veces el libro de Historia de Cuba y aprendía al dedillo la trigonometría que me había resultado tan espantosamente incomprensible cuando mi profesor de Matemáticas intentaba explicarme aquello de seno, coseno, tangente…

Y llegaron las pruebas de ingreso, aquellas mortales y decisivas hojas repletas de preguntas que definirían el futuro de todos y cada uno de los muchachos y muchachas que compartimos por tres años las escaleras y pasillos del IPVCE Carlos Marx.  Era el día de decidir si Ingrid estudiaría su soñada Psicología o Yiliam llegaría a ser médico.

Oh, si, todas lo logramos, incluida yo, que me vi unos meses más tarde ascendiendo los peldaños de la famosa escalinata de la Universidad de La Habana y mirando frente a frente el Alma Mater. Pero fueron mis profesores de Periodismo el verdadero regalo y quienes me hicieron comenzar a amar de verdad la profesión que había elegido.

Roger Ricardo Luis, quien me impartió Periodismo Impreso, fue quien nos adentró en el descubrimiento de los diversos géneros periodísticos, y nos enseñó a redactar los primeros intentos de Notas Informativas y a hacer las primeras entrevistas, aquellas en las que aún nos sentíamos demasiado inseguros incluso hasta para lanzarle las preguntas a nuestros flamantes entrevistados.

Milena Recio, con aquella capacidad suya para adueñarse del ambiente apenas entraba al aula, me encaminó por los vericuetos de la Teoría de la Comunicación, donde a veces parecía que ya se había dicho todo sobre el tema, y luego llegaba otro teórico a desbaratarte lo que sabías para poner todo de otra manera diferente.

Esa terminó por convertirse en mi asignatura preferida luego de que finalmente logré entender a Mauro Wolf, el autor del libro del cual solía decir en broma que estaba traducido al español, pero en ocasiones parecía seguir en su idioma original por lo difícil que se hacía a veces su lectura para los que no estuvieran familiarizados con los términos empleados.  Adorno y Horkheimer con su industria cultural terminaron por echarme a perder el disfrute de los productos comunicativos, especialmente los de la televisión, pero fue como quitarse una venda de los ojos…

Las increíbles clases de radio con Raúl Garcés, aquel profesor joven y serio al que admirábamos por su talento indudable, fueron disfrutadas tal y como me vaticinara alguien que había pasado por su aula el año anterior.

Fueron cinco años que se fueron volando, y aunque por un lado todos estábamos deseosos de graduarnos para comenzar a trabajar en prensa escrita, radio o televisión, según nuestras afinidades, sabíamos que vivíamos momentos inolvidables, que más adelante añoraríamos, al pasar de los años.

Y ahora, mientras mis días pasan también volando, enredada en entrevistas, redes sociales, blogs, reportajes, informaciones, agendas para anotar datos, llamadas telefónicas para coordinar encuentros, actividades de superación y más…pienso que no pude elegir mejor, que tuve suerte, mucha suerte de encontrar una profesión que se ajustara a mi constante necesidad de aprender algo nuevo cada día, de no estarme quieta ni un segundo, de conocer gente nueva e interesante a cada paso, de compartir lo que veo con los demás a través de mis escritos…si, tuve suerte de elegir el mejor oficio del mundo, como le llamara Gabriel García Márquez en un escrito que quisiera compartir con ustedes hoy.

El mejor oficio del mundo
[Discurso ante la 52ª Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa -Texto completo]

Gabriel García Márquez

A una universidad colombiana se le preguntó cuáles son las pruebas de aptitud y vocación que se hacen a quienes desean estudiar periodismo y la respuesta fue terminante: “Los periodistas no son artistas”. Estas reflexiones, por el contrario, se fundan precisamente en la certidumbre de que el periodismo escrito es un género literario.

Hace unos cincuenta años no estaban de moda las escuelas de periodismo. Se aprendía en las salas de redacción, en los talleres de imprenta, en el cafetín de enfrente, en las parrandas de los viernes. Todo el periódico era una fábrica que formaba e informaba sin equívocos, y generaba opinión dentro de un ambiente de participación que mantenía la moral en su puesto. Pues los periodistas andábamos siempre juntos, hacíamos vida común, y éramos tan fanáticos del oficio que no hablábamos de nada distinto que del oficio mismo. El trabajo llevaba consigo una amistad de grupo que inclusive dejaba poco margen para la vida privada. No existían las juntas de redacción institucionales, pero a las cinco de la tarde, sin convocatoria oficial, todo el personal de planta hacía una pausa de respiro en las tensiones del día y confluía a tomar el café en cualquier lugar de la redacción. Era una tertulia abierta donde se discutían en caliente los temas de cada sección y se le daban los toques finales a la edición de mañana. Los que no aprendían en aquellas cátedras ambulatorias y apasionadas de veinticuatro horas diarias, o los que se aburrían de tanto hablar de los mismo, era porque querían o creían ser periodistas, pero en realidad no lo eran.

El periódico cabía entonces en tres grandes secciones: noticias, crónicas y reportajes, y notas editoriales. La sección más delicada y de gran prestigio era la editorial. El cargo más desvalido era el de reportero, que tenía al mismo tiempo la connotación de aprendiz y cargaladrillos. El tiempo y el mismo oficio han demostrado que el sistema nervioso del periodismo circula en realidad en sentido contrario. Doy fe: a los diecinueve años -siendo el peor estudiante de derecho- empecé mi carrera como redactor de notas editoriales y fui subiendo poco a poco y con mucho trabajo por las escaleras de las diferentes secciones, hasta el máximo nivel de reportero raso.

La misma práctica del oficio imponía la necesidad de formarse una base cultural, y el mismo ambiente de trabajo se encargaba de fomentarla. La lectura era una adicción laboral. Los autodidactas suelen ser ávidos y rápidos, y los de aquellos tiempos lo fuimos de sobra para seguir abriéndole paso en la vida al mejor oficio del mundo… como nosotros mismos lo llamábamos. Alberto Lleras Camargo, que fue periodista siempre y dos veces presidente de Colombia, no era ni siquiera bachiller.

La creación posterior de las escuelas de periodismo fue una reacción escolástica contra el hecho cumplido de que el oficio carecía de respaldo académico. Ahora ya no son sólo para la prensa escrita sino para todos los medios inventados y por inventar.

Pero en su expansión se llevaron de calle hasta el nombre humilde que tuvo el oficio desde sus orígenes en el siglo XV, y ahora no se llama periodismo sino Ciencias de la Comunicación o Comunicación Social. El resultado, en general, no es alentador. Los muchachos que salen ilusionados de las academias, con la vida por delante, parecen desvinculados de la realidad y de sus problemas vitales, y prima un afán de protagonismo sobre la vocación y las aptitudes congénitas. Y en especial sobre las dos condiciones más importantes: la creatividad y la práctica.

La mayoría de los graduados llegan con deficiencias flagrantes, tienen graves problemas de gramática y ortografía, y dificultades para una comprensión reflexiva de textos. Algunos se precian de que pueden leer al revés un documento secreto sobre el escritorio de un ministro, de grabar diálogos casuales sin prevenir al interlocutor, o de usar como noticia una conversación convenida de antemano como confidencial. Lo más grave es que estos atentados éticos obedecen a una noción intrépida del oficio, asumida a conciencia y fundada con orgullo en la sacralización de la primicia a cualquier precio y por encima de todo. No los conmueve el fundamento de que la mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor. Algunos, conscientes de sus deficiencias, se sienten defraudados por la escuela y no les tiembla la voz para culpar a sus maestros de no haberles inculcado las virtudes que ahora les reclaman, y en especial la curiosidad por la vida.

Es cierto que estas críticas valen para la educación general, pervertida por la masificación de escuelas que siguen la línea viciada de lo informativo en vez de lo formativo. Pero en el caso específico del periodismo parece ser, además, que el oficio no logró evolucionar a la misma velocidad que sus instrumentos, y los periodistas se extraviaron en el laberinto de una tecnología disparada sin control hacia el futuro. Es decir, las empresas se han empeñado a fondo en la competencia feroz de la modernización material y han dejado para después la formación de su infantería y los mecanismos de participación que fortalecían el espíritu profesional en el pasado. Las salas de redacción son laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores. La deshumanización es galopante.

No es fácil entender que el esplendor tecnológico y el vértigo de las comunicaciones, que tanto deseábamos en nuestros tiempos, hayan servido para anticipar y agravar la agonía cotidiana de la hora del cierre. Los principiantes se quejan de que los editores les conceden tres horas para una tarea que en el momento de la verdad es imposible en menos de seis, que les ordenan material para dos columnas y a la hora de la verdad sólo les asignan media, y en el pánico del cierre nadie tiene tiempo ni humor para explicarles por qué, y menos para darles una palabra de consuelo. “Ni siquiera nos regañan”, dice un reportero novato ansioso de comunicación directa con sus jefes. Nada: el editor que antes era un papá sabio y compasivo, apenas si tiene fuerzas y tiempo para sobrevivir él mismo a las galeras de la tecnología.

Creo que es la prisa y la restricción del espacio lo que ha minimizado el reportaje, que siempre tuvimos como el género estrella, pero que es también el que requiere más tiempo, más investigación, más reflexión, y un dominio certero del arte de escribir. Es en realidad la reconstitución minuciosa y verídica del hecho. Es decir: la noticia completa, tal como sucedió en la realidad, para que el lector la conozca como si hubiera estado en el lugar de los hechos.

Antes que se inventaran el teletipo y el télex, un operador de radio con vocación de mártir capturaba al vuelo las noticias del mundo entre silbidos siderales, y un redactor erudito las elaboraba completas con pormenores y antecedentes, como se reconstruye el esqueleto entero de un dinosaurio a partir de una vértebra. Sólo la interpretación estaba vedada, porque era un dominio sagrado del director, cuyos editoriales se presumían escritos por él, aunque no lo fueran, y casi siempre con caligrafías célebres por lo enmarañadas. Directores históricos tenían linotipistas personales para descifrarlas.

Un avance importante en este medio siglo es que ahora se comenta y se opina en la noticia y en el reportaje, y se enriquece el editorial con datos informativos. Sin embargo, los resultados no parecen ser los mejores, pues nunca como ahora ha sido tan peligroso este oficio. El empleo desaforado de comillas en declaraciones falsas o ciertas permite equívocos inocentes o deliberados, manipulaciones malignas y tergiversaciones venenosas que le dan a la noticia la magnitud de un arma mortal. Las citas de fuentes que merecen entero crédito, de personas generalmente bien informadas o de altos funcionarios que pidieron no revelar su nombre, o de observadores que todo lo saben y que nadie ve, amparan toda clase de agravios impunes. Pero el culpable se atrinchera en su derecho de no revelar la fuente, sin preguntarse si él mismo no es un instrumento fácil de esa fuente que le transmitió la información como quiso y arreglada como más le convino. Yo creo que sí: el mal periodista piensa que su fuente es su vida misma -sobre todo si es oficial- y por eso la sacraliza, la consiente, la protege, y termina por establecer con ella una peligrosa relación de complicidad, que lo lleva inclusive a menospreciar la decencia de la segunda fuente.

Aun a riesgo de ser demasiado anecdótico, creo que hay otro gran culpable en este drama: la grabadora. Antes de que ésta se inventara, el oficio se hacía bien con tres recursos de trabajo que en realidad eran uno sólo: la libreta de notas, una ética a toda prueba, y un par de oídos que los reporteros usábamos todavía para oír lo que nos decían. El manejo profesional y ético de la grabadora está por inventar. Alguien tendría que enseñarles a los colegas jóvenes que la casete no es un sustituto de la memoria, sino una evolución de la humilde libreta de apuntes que tan buenos servicios prestó en los orígenes del oficio. La grabadora oye pero no escucha, repite -como un loro digital- pero no piensa, es fiel pero no tiene corazón, y a fin de cuentas su versión literal no será tan confiable como la de quien pone atención a las palabras vivas del interlocutor, las valora con su inteligencia y las califica con su moral. Para la radio tiene la enorme ventaja de la literalidad y la inmediatez, pero muchos entrevistadores no escuchan las respuestas por pensar en la pregunta siguiente.

La grabadora es la culpable de la magnificación viciosa de la entrevista. La radio y la televisión, por su naturaleza misma, la convirtieron en el género supremo, pero también la prensa escrita parece compartir la idea equivocada de que la voz de la verdad no es tanto la del periodista que vio como la del entrevistado que declaró. Para muchos redactores de periódicos la transcripción es la prueba de fuego: confunden el sonido de las palabras, tropiezan con la semántica, naufragan en la ortografía y mueren por el infarto de la sintaxis. Tal vez la solución sea que se vuelva a la pobre libretita de notas para que el periodista vaya editando con su inteligencia a medida que escucha, y le deje a la grabadora su verdadera categoría de testigo invaluable. De todos modos, es un consuelo suponer que muchas de las transgresiones éticas, y otras tantas que envilecen y avergüenzan al periodismo de hoy, no son siempre por inmoralidad, sino también por falta de dominio profesional.

Tal vez el infortunio de las facultades de Comunicación Social es que enseñan muchas cosas útiles para el oficio, pero muy poco del oficio mismo. Claro que deben persistir en sus programas humanísticos, aunque menos ambiciosos y perentorios, para contribuir a la base cultural que los alumnos no llevan del bachillerato. Pero toda la formación debe estar sustentada en tres pilares maestros: la prioridad de las aptitudes y las vocaciones, la certidumbre de que la investigación no es una especialidad del oficio sino que todo el periodismo debe ser investigativo por definición, y la conciencia de que la ética no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón.

El objetivo final debería ser el retorno al sistema primario de enseñanza mediante talleres prácticos en pequeños grupos, con un aprovechamiento crítico de las experiencias históricas, y en su marco original de servicio público. Es decir: rescatar para el aprendizaje el espíritu de la tertulia de las cinco de la tarde.

Un grupo de periodistas independientes estamos tratando de hacerlo para toda la América Latina desde Cartagena de Indias, con un sistema de talleres experimentales e itinerantes que lleva el nombre nada modesto de Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano. Es una experiencia piloto con periodistas nuevos para trabajar sobre una especialidad específica -reportaje, edición, entrevistas de radio y televisión, y tantas otras- bajo la dirección de un veterano del oficio.

En respuesta a una convocatoria pública de la Fundación, los candidatos son propuestos por el medio en que trabajan, el cual corre con los gastos del viaje, la estancia y la matrícula. Deben ser menores de treinta años, tener una experiencia mínima de tres, y acreditar su aptitud y el grado de dominio de su especialidad con muestras de las que ellos mismos consideren sus mejores y sus peores obras.

La duración de cada taller depende de la disponibilidad del maestro invitado -que escasas veces puede ser de más de una semana-, y éste no pretende ilustrar a sus talleristas con dogmas teóricos y prejuicios académicos, sino foguearlos en mesa redonda con ejercicios prácticos, para tratar de transmitirles sus experiencias en la carpintería del oficio. Pues el propósito no es enseñar a ser periodistas, sino mejorar con la práctica a los que ya lo son. No se hacen exámenes ni evaluaciones finales, ni se expiden diplomas ni certificados de ninguna clase: la vida se encargará de decidir quién sirve y quién no sirve.

Trescientos veinte periodistas jóvenes de once países han participado en veintisiete talleres en sólo año y medio de vida de la Fundación, conducidos por veteranos de diez nacionalidades. Los inauguró Alma Guillermoprieto con dos talleres de crónica y reportaje. Terry Anderson dirigió otro sobre información en situaciones de peligro, con la colaboración de un general de las Fuerzas Armadas que señaló muy bien los límites entre el heroísmo y el suicidio. Tomás Eloy Martínez, nuestro cómplice más fiel y encarnizado, hizo un taller de edición y más tarde otro de periodismo en tiempos de crisis. Phil Bennet hizo el suyo sobre las tendencias de la prensa en los Estados Unidos y Stephen Ferry lo hizo sobre fotografía. El magnifico Horacio Bervitsky y el acucioso Tim Golden exploraron distintas áreas del periodismo investigativo, y el español Miguel Ángel Bastenier dirigió un seminario de periodismo internacional y fascinó a sus talleristas con un análisis crítico y brillante de la prensa europea.

Uno de gerentes frente a redactores tuvo resultados muy positivos, y soñamos con convocar el año entrante un intercambio masivo de experiencias en ediciones dominicales entre editores de medio mundo. Yo mismo he incurrido varias veces en la tentación de convencer a los talleristas de que un reportaje magistral puede ennoblecer a la prensa con los gérmenes diáfanos de la poesía.

Los beneficios cosechados hasta ahora no son fáciles de evaluar desde un punto de vista pedagógico, pero consideramos como síntomas alentadores el entusiasmo creciente de los talleristas, que son ya un fermento multiplicador del inconformismo y la subversión creativa dentro de sus medios, compartido en muchos casos por sus directivas. El solo hecho de lograr que veinte periodistas de distintos países se reúnan a conversar cinco días sobre el oficio ya es un logro para ellos y para el periodismo. Pues al fin y al cabo no estamos proponiendo un nuevo modo de enseñarlo, sino tratando de inventar otra vez el viejo modo de aprenderlo.

Los medios harían bien en apoyar esta operación de rescate. Ya sea en sus salas de redacción, o con escenarios construidos a propósito, como los simuladores aéreos que reproducen todos los incidentes del vuelo para que los estudiantes aprendan a sortear los desastres antes de que se los encuentren de verdad atravesados en la vida. Pues el periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad. Nadie que no la haya padecido puede imaginarse esa servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida. Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso. Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente.

FIN

11 comentarios en “Cómo llegué al Periodismo, el mejor oficio del mundo…”

  1. Colega Rouslyn al igual que tu yo estuve tres años en los pasillos de la vocacional de matanzas, y fueron momentos excepcionales, e inolvidables. en el último curso al llenar las boletas de ingreso deseaba optar por periodismo, pero bueno la vida me guió a un camino casi opuesto, pero al pasar de los años me he dado cuenta que quizás no estoy estudiando lo que quice en un principio, pero es algo que me ayuda a superarme, a ser mejor, si opto por darle el mejor uso posible a mis conocimientos. la labor que desarrollas es de vital importancia, no lo dudo, pero pienso de la vida que no hay profesiones imprescindibles, lo que si creo que no debe faltar nunca es el conocimiento y las ganas de hacer, no se si has visto la pelicula ¨El aceite de Lorenzo¨ basada en hechos reales, donde el padre de un niño que estaba bastante enfermo, y hasta ese momento en el que sucedió no existía ninguna medicina para curar a su hijo, decidió indagar, investigar la medicina a pesar de ser abogado por salvar a su hijo, y al final el resultado fue que logró descubrir lo que ninguno de los médicos hasta el momento habían visto. te felicito, este blog es una oportunidad de dar una imagen al mundo de la verdad de Cuba, esa verdad en la que vivimos día a día, esa verdad que no es perfecta, pero es la que queremos, y hay que respetarlo. esa verdad que tantos se empeñan en desacreditar, en pisotear. sigue así, y aquí hay un joven entre los tantos de mi país, pero hablo por mí, por eso digo que podemos en el marco del respeto entablar cualquier dialógo sobre dudas e inquietudes, conceptos a fin de cuentas del intercambio se sacan las mejores ideas. Lo importante no es ser esto o aquello, lo importante es hacer.

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  2. Bueno, lo que no se puede negar, Rouslyn, es que tú eres un «auténtico» ejemplo de lo que es un periodista (de) «formado» por la dictadura a la que sirves incondicionalmente.
    Una repetidora de consignas y frases estereotipadas, con una muy reducida capacidad para pensar por ti misma. En fin, un fiel reflejo del por qué el periodismo oficialista cubano está tan desprestigiado que hasta los propios dirigentes de la dictadura los acusan de ser unos simplones e ineficientes.
    Y que suerte que no estudiaste leyes, porque como abogada defensora no darías ni para sacarle una copia a una inscripción de nacimiento. Eso sí, como fiscal y esbirra, quizás darias un poco; al menos, siguiendo las órdenes desde los nivels superiores para reprimir al máximo a cualquiera que se atreviera a cuestionar la debacle que tan ciegamente defiendes.

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  3. Parece que Reynaldo tenia que poner algo por obligación o por odio, pues su comentario no hizo ninguna referencia al artículo de Rouslyn, no aportó nada, no dijo nada interesante, ni nuevo, Martí decía que las palabras estaban de mas cuando no esclarecían o fundaban, es indudable que Reynaldo esta bastante bien alejado de esto. Quisiera que por alguna vez en la vida lo colocaran a Rouslyn algún comentario, que aunque fuese contrario a lo que ella piense y a lo que piensa la mayoría del pueblo de Cuba, que como yo apoya la Revolución y su proyecto socialista, sea un comentario sensato y que sirva para debatir no para demostrarnos que la mayoría de quienes se nos oponen solo tienen odio sin causas, no argumentos.

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  4. La opinión de Reinaldo solo muestra su falta de cultura, raya en lo ofensivo para querer demostrar una teoría que nada más es compatible en su reducido cerebro. Me da pena su caso, qué lástima que malgaste su escaso verbo en cosas tan banales ¿será que no puede hacer un análisis serio o es que le pagan para esto?
    ¿Qué debate tu pides Manuel, no te das cuenta que Reinaldo no puede?. Quiere imponer lo que él cree a la fuerza. Es igualito que los retrogados de la Calle 8, ahijado de sus amos del imperio. No le pidas más y apoyemos a Rouslyn que se lo merece.

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    1. Esbirrito fesan, para tu información, y satisfaciendo tu curiosidad, a mí me pagan 15 mil dólares quincenales, más un bono a fin de año, equivalente como mínimo a seis quincenas más. Adicionalmente, me pagan 100 dólares por cada comentario que hago entre las 9 y las 4 de la tarde. Si los hago después de las cuatro, entonces me pagan el overtime al doble.
      Embúllate, que va y así logras salir del consignismo y la ignorancia en que vives.
      Perdona si no logro siquiera acercarme a tu elevado nivel «curturar» y mi «celebro» es muy reducido. Al parecer eso fue lo único que se me pegó de los burros que me rodeaban en Cuba.
      ,

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  5. Y no le dijeron la famosa frase de fidel que es como una espada de Damocles de : » Con la revolucion todo..contra ella nada»…y quien califica que es a favor o en contra??..No te ensenaron democracia y labor investigativa??..Tampoco a pensar con cabeza propia ??..o te ensenaron a ser un Cd de la nomenklatura o una repetidora del lenguaje oficial??VERGUENZA DEBERIA DARTE DE LLAMARTE PERIODISTA??..ERES UNA PERIO-DICTA…es ma apropiado…el «periodismo en Cuba llega hasta donde empieza la impunidad..lamentablemente…mas periodista son los periodistas independiente…

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  6. Para los ,pendejos,……Hay quien cree que no es pendejo y ese es el mas pendejo…hay pueblos pendejos que eligen gobernantes pendejos….pero el mas pendejo de todo es aquel que desde el gobierno dictatorial …cree que el pueblo es pendejo!!

    Facundo Cabral

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  7. Un articulo de autobomobo «que inteligente era…que cogi periodismo…».
    Y cuando fue que se te quito eso? Porque Rous, tus articulos son menos que mediocres.
    Quizas son los temas.
    Porque cuando hablas de tus hijos, de la naturaleza, de las personas, se te lee mas facil.

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    1. Dear Mercedes..la mejor de todo es que como tu dices..Esta muchacha cuando escribe cosas ajenas a la poliica oficial.es maravillosa…muy buena y humana y tiene calidad literaria de exposicion y sintesis y una buena prosa..ahora cuando repite lemas y consignas..se ensucia junto con el mensaje..What a pity!…bye

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  8. En mi época siempre se pensaba que las más rigurosas eran las de Arquitectura. Ahí no se valía teque.

    Periodismo siempre se consideró que había que ver noticias durante los días previos, leer, informarse… y claro, mostrarse a favor del gobierno o, al menos, no mostrarse demasiado en contra.

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