El «Dequi»…la pérdida dolorosa del periodismo cubano

Anoche encendí el televisor para ver el noticiero en el mismo momento en que anunciaban un titular que me dejó noqueada: «Falleció el Doctor Julio García Luis». Solo pude articular un ¿Qué? de sorpresa y dolor antes de levantarme como un resorte de mi asiento y echarme a llorar ante la vista impotente de mi mamá, que no entendía lo que sucedía, y mi asustado hijo, que entendía menos.

A medida que el locutor ampliaba la nota informativa oficial, enumerando las acostumbradas virtudes del fallecido de turno: cargos, premios, labor y trayectoria…mi mamá comenzó a intuir y me abrazó mientras trataba de tranquilizar a Alejandrito que sseguía preguntando ¿Por qué lloras, mamá?

Y es que además de sorpresiva, la noticia impacta por la incomensurable pérdida que sufrió el periodismo cubano con la muerte de Julio, Julito, el Dequi… En la nota oficial solo dijeron lo obvio, pero no lograron atrapar la esencia real de aquel hombre sencillo, de pequeña estatura y manos fuertes, sonrisa reconfortante y mirada siempre dulce.

Mi Decano, como siempre le llamé en la Facultad, incluso después de que me gradué, y también luego de que se jubilara (y como seguirá en mi memoria ya para siempre) era un ser espléndido, un «pan con piernas» como dirían muchos por ahí.

Lo recuerdo caminando por los pasillos de la Facultad rumbo a cualquier aula para impartir su clase de Ética y Deontología del Periodismo al grupo de tercer año de la carrera. Recuerdo también con nostalgia cuando yo misma me encontré en tercer año de Periodismo y me tocó el turno de ser su alumna y en la primera clase nos sorprendió a todos, además de hacernos reír, pues inició diciendo «¿En qué se parecen los periodistas a las gallinas ponedoras?»

Aquello nos pareció primero una broma, pero después cuando nos explicó, resultó que hablaba en serio, y que el periodista, como las gallinas ponedoras, debe «engordar» (de conocimientos) antes de dedicarse a «poner» (escribir). Así nos hacía pasar horas y su asignatura, que podría haber resultado quizás aburrida, nos mantenía entretenidos porque siempre estábamos a expensas de alguna de sus ocurrentes comparaciones y ejemplos, como aquel del personaje de Pepe Grillo en el cuento infantil Pinocho para hablarnos sobre la conciencia y la moral.

La figura del Decano en cualquier Facultad universitaria inspira respeto, hasta cierto temor y definitivamente los estudiantes terminan por mirar hacia arriba buscándolo en la cumbre, en alguna oficina inaccesible y de limitado acceso. Pero nuestro Dequi nunca estaba arriba sino codo a codo con todos los habitantes de Facultalandia y su oficina era la oficina donde cualquiera podía llegarse a llamar por teléfono ante una urgencia o imprimir un trabajo de clase, a última hora «porque no me dio tiempo a imprimirlo en otro lado» y siempre encontrabas una sonrisa tranquila y un» si, cómo no. Mira, mi secretaria va a ayudarte porque tengo que salir ahora, pero no te preocupes, eso se resuelve sin problemas».

Me pregunto a cuántos salvó de aquellos seminarios pendientes de entrega con su impresora al servicio especialmente de los estudiantes de otras provincias, los de menos recursos por lo general por no contar con la cercanía de mami o papi para salvar el día…yo misma no recuerdo cuántas veces tuve que recurrir a él para esos menesteres.

Pero el Dequi no era solo bondad, era también un cúmulo de conocimientos que muchos tratábamos de absorber, un modelo a imitar. Decían por ahí que su tesis de Doctorado había sido «una bomba»  que levantó grandes polémicas sobre el periodismo cubano…la verdad es que jamás estuve cerca de leerla y la leyenda se difundía entre los estudiantes, que lo admiraban aún más.

Pero, sea cual fuera la esencia de su investigación, lo importante es que el Dequi se ganaba a todos los que lo rodeaban, que terminaban por quererlo entrañablemente por su hábito de compartir, como uno más, lo mismo un asiento en el teatro para aplaudir a los aficionados en los Festivales de Cultura (con el orgullo de numerosas Copas que nos marcaban como los «más culturosos» de la Universidad de La Habana) que animando desde las gradas en los Juegos Caribe, que nunca llegábamos a ganar a  pesar del esfuerzo de nuestros aguerridos atletas…Apoyaba cada locura de sus estudiantes y permitía que publicaciones como Score o La Papilla se diseminaran por murales y pasillos para armar revuelo y risas, que lejos de crear tensiones nos convertían más en una familia.

Nunca alcancé a decirle nada de esto, muchos nos quedamos con las gana porque al Dequi se le ha antojado esta última ocurrencia…Son muchas las caras largas hoy en mi redacción, las generaciones jóvenes que tuvimos la suerte de conocerlo nos sentimos, de pronto, como huérfanos. Con el tiempo asimilaremos la noticia, hoy continúa pareciendo irreal. Nos enfocaremos entonces en tratar de parecernos un poco a lo que nos enseñó para que continúe, donde quiera que esté ahora, orgulloso de los periodistas que formó.